En el teatro de tu ombligo,
el más pequeño de los misterios y anamnesis de lo que no ha sido,
uní las líneas del laberinto con los quipus de nuestros cuerpos.
¡Oh mi Ariadna, anda y ríe en las fauces de ese Tauro
abatido por mi Teseo
y no te apartes de ese nudo
será más tarde el cordón plateado de dos argonautas nuevos
en busca del bello sino.
¡No te atrevas, niña Aria,
desanuda tu destino
y verás
cómo el eje de tu mundo está tan atado al mío!
3 comentarios:
Qué bello...
El hilo de luz que une las almas y que conduce al alma a su destino...
Supongo que, entonces, el laberinto es la puerta que se abre...
Maravillosa visión.
un abrazo
Amigo, al final Ariadna se dio cuenta de que Teseo no era lo que parecia... Menos mal que entonces aparecio Dionisios...
Teseo desvelo los secretos del Laberinto, pero a la que pudo se largo a otras cosas. Ay, la pobre Ariadna abandonada en aquella perdida playa...
Ah, los mitos...
Un saludo en la distancia
Hermosa historia de amor. Ojalá así fuera la realidad. Pero estoy convencida que los hilos plateados existen y las conexiones también. Escribe de ellas porque las vive?
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